Polinesia ha sido siempre y será un destino, mítico, mágico y soñado por muchos por la lejanía y el romanticismo que la envuelve pero, para mí, después de conocerlo, lo es por lo virgen que sigue siendo.
Tras 23 horas de vuelo (España – París – Los Ángeles – Papeete), aterrizamos en la capital del archipiélago. Tahití es la isla principal y capital de la misma, así como del archipiélago es Papeete. Al contrario de lo esperado, no es una isla de playas paradisíacas, puesto que es de origen volcánico y arena negra con lagunas por lo que es una parada puramente obligada debido al aeropuerto. El centro de la capital es bullicioso y alberga el mercado municipal, que es una mezcla de alimentos y souvenirs donde comprar perlas y todo tipo de recuerdos. Al día siguiente a nuestra llegada, tomamos el barco y nos fuimos a la vecina Moorea… ¡Bienvenidos al paraíso!
La isla de Moorea se encuentra frente a Tahití y esta sí tiene una espectacular laguna. Las aguas cristalinas la hacen mágica y las dos montañas gemelas forman la espectacular bahía de Opunohu, que vista desde lo alto es como un lago abrazado por el verde de la vegetación. Un lugar único e inolvidable. La isla es conocida por ser la isla de las piñas, con diversas factorías de productos hechos con este fruto que cubre la isla de arriba a abajo. Disfrutar de unas gambas frescas marinadas en leche de coco junto a dos lugareñas ataviadas con vestidos de colores y coronas de flores naturales es una experiencia que solo puedes vivir allí.
La segunda isla que visitamos fue Raiatea, la isla sin playa. Sí, aunque parezca increíble, hay una isla en la polinesia que no tiene playa pero a cambio tiene el mejor fondo marino jamás imaginado. Además cuenta con infinidad de motus (islotes de arena vírgenes que rodean la laguna) donde el baño es un lujo. Raiatea es conocida por ser la capital de los pueblos maoríes, habitantes del triángulo formado por Hawai, Isla de Pascua y Nueva Zelanda. Todos ellos se reúnen una vez al año en Taputapuatea, lugar sagrado donde se supone tuvo origen su cultura.
Frente a Raiatea se encuentra la Isla de Taha’a; un sueño hecho realidad. La apodada “Isla de la Vainilla”, conocida así por las grandes plantaciones de esta orquídea que le dan un embriagador olor que la convierte en mágica. Virgen donde las haya y verde a rabiar, dispone de una barrera de coral única en el mundo. Dos de las mejores experiencias de mi vida las viví en esta isla: nadar con tiburones y bucear en el arrecife de coral. ¡Inolvidable!
De allí fuimos a Bora Bora, mítica y mágica, como salida de una postal idílica desde el cielo y con la mayor laguna del mundo, maravillosa para navegar y disfrutar del mar, sobre todo el paraíso de los Overwaters, habitaciones cabaña sobre el mar. La imagen por antonomasia de la Polinesia.
Terminamos nuestro viaje con Huahine, la isla de la montaña. Su interior frondoso y verde es ideal para descubrir con quad o 4×4. Tiene las calas más recónditas públicas, es la más hippie, tiene menos hoteles y es en la que se respira el ambiente más “caribeño”. Un magnífico broche de oro.
Cuando abandonas la Polinesia tienes la sensación de haber realizado un viaje en el tiempo, de haber hecho un paréntesis en tu vida, de haber ido al otro lado del mundo. Cuando abandonas la Polinesia, tienes sensación de paz, algo tan difícil de encontrar a día de hoy.