A veces buscamos destinos lejanos, remotos y exóticos para enamorarnos y no valoramos lo que tenemos a la vuelta de la esquina. Quizás pueda sorprender, pero sí, uno de los destinos de mi vida es sin lugar a dudas Granada.
Empezamos la visita por la Alcazaba, la Plaza de Armas, el jardín de los Adarves y me fascinaron la luz que desprende, la piedra y sus destellos dorados, la sensación de paz.
¿Qué decir de los Palacios Nazaríes? Los trabajos mozárabes, el patio de los leones, con el sonido del agua, el frescor, el color y el arte. Me hizo estremecer. Ya con la piel de gallina, llegamos al patio de los Arrayanes, con sus luces y sus sombras, la gran torre frente a él, el olor a jazmín y a azahar… Es tan imponente que el silencio se hace en el exterior, porque la gente contiene la respiración. Es mágico pero lo mejor estaba por llegar.
En uno de los miradores del palacio de los leones, con una de las vistas más bellas que jamás he visto, la ciudad y su imponente catedral a los pies, con el Sacromonte y el Albaicín en frente, con los sentimientos a flor de piel, la guía nos explicó: “El escritor mexicano, Francisco de Icaza, casado con una granadina, en su primera visita a la ciudad, tropezó con un indigente invidente pidiendo limosna, y le dijo a su esposa: Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. Esta frase me impactó y me di cuenta de la desgracia que debe ser no ver Granada.
Me enamoré y me sigo
enamorando cada vez que
voy a Granada
Pasear por el Albaicín, el barrio más antiguo de la ciudad, con sus callejuelas, su luz. Su historia en cada esquina, sus miradores, sus terrazas son un lujo y un remanso de paz. Rematar todo esto con una noche en el Sacromonte, pasear por el barrio gitano, con sus cuevas y tabernas encendidas y escuchar el cante de un gitano u oír retumbar por las calles el zapateo de una bailaora es digno de una película de Disney.
Cuando vuelves a la realidad, la ciudad sigue siendo especial, incluso sus barrios más modernos, rodeados de la sierra, con aire puro, con sano frescor, con un lindo olor y el centro con su catedral, cuna de la historia de España con la tumba de los Reyes Católicos en su interior. Y con tiempo, no hay que perderse las Alpujarras, la sierra con los pueblos blancos más bellos y los manantiales más frondosos de Andalucía. ¿Se puede pedir más a una ciudad? Me enamoré y me sigo enamorando cada vez que voy de Granada. Siempre doy gracias a Dios de tener vista para poder verlo.