ANTÁRTIDA

Hay momentos en la vida en los que las palabras no son suficientes para explicar lo que uno está viviendo, el primer beso, el primer te quiero… no hay cómo describirlos. La expedición a la Antártida es lo mismo, es algo indescriptible. El olor, el frío seco en la piel, la pureza del aire, el silencio… son momentos y sensaciones inolvidables.
Lo primero que hay que comentar sobre un viaje como este, es que, en realidad, no se trata de un viaje sino de una expedición.Una expedición es un viaje sin reglas, sin ruta, sin rumbo, solo con una meta, en este caso de incursión a un territorio protegido, virgen e inhóspito sin ningún tipo de infraestructura, en resumen una aventura…

 

 

El viaje comenzó en Santiago de Chile, y allí empezamos a vislumbrar “dónde nos habíamos metido”. Nuestro viaje empezaba con un vuelo de Santiago de Chile a Punta Arenas, la ciudad más austral del mundo, una visita a esta y una pernoctación allí, para al día siguiente volar hasta la base militar Rey Jorge en la Antártida, donde tomar un crucero de seis noches. Al llegar a Santiago, nos encontramos con la primera sorpresa, la gran nevada en la Antártida la noche anterior había dejado la pista de aterrizaje inutilizable, lo cual implicaba que no podíamos volar.
El cambio de planes consistía en llegar a la localidad habitada más al sur del mundo, Puerto Williams, y allí embarcar en el crucero una noche antes, pasando a ser el crucero de siete noches en lugar de seis, y teniendo que cruzar el Mar de Hoces o pasaje de Drake en barco, el estrecho con los mares más bravos del mundo. Después de un periplo peculiar, de esperas, incertidumbre y nervios, llegamos al lugar más inhóspito en el que jamás he estado, recóndito y extraño, silencioso y misterioso. La diminuta pista de aterrizaje y el barco en un muelle casi abandonado nos esperaban. Allí embarcamos.
El barco es un sueño, un remanso de paz, un hotel boutique flotante con alta gastronomía, un esmerado servicio y cuidado hasta el último detalle. Verdaderamente un barco de lujo superior.

 

La Antártida es más que una expedición.

Afortunados fuimos de cruzar estrecho de Hoces o pasaje de Drake con olas de tres metros, una travesía muy llevadera y una gran experiencia hacerlo degustando caviar y champagne; es un lujo, algo efímero, y uno tiene que pellizcarse de vez en cuando para ver que todo ello es real.
Una vez ataviados con los trajes térmicos, las botas especiales, y las indicaciones para bajar a tierra bien aprendidas, empezaron nuestras incursiones en el territorio Antártico; dos días después de llegar empezamos a desembarcar. Desde el primer minuto uno se da cuenta de que está en un lugar especial, el fuerte olor a…. ¿pescado?, el blanco puro de la nieve, el claro y azul cielo libre de contaminación, el silencio, la paz, la ausencia de civilización, provocan en uno la necesidad de llorar, llorar de emoción de felicidad, de…. no sabes bien de qué.

 

Por si esto fuera poco, el día siguiente navegamos en zodiac entre icebergs, rompiendo el océano helado… ese ruido de la proa de la zodiac haciendo crujir el mar no lo olvidaré nunca,
y todo ello entre moles de hielo del tamaño de los edificios de Nueva York, haciéndote sentir tan pequeño….
Cada día era una aventura, no sabíamos qué iba a pasar, con qué nos íbamos a encontrar, o ni siquiera dónde íbamos a ir. Vimos pingüinos, cientos de pingüinos, los vimos “trabajar”, incubar huevos, flirtear e incluso aparearse; divisamos orcas, una de ellas salió a echar su aliento por el espiráculo a un escaso metro de nuestra zodiac. Las vimos nadar paralelas a
nuestro barco mientras cenábamos, vimos como una ballena muerta era devorada por otros animales, las focas posaban frente a nosotros… vivir en primera persona el mejor reportaje del National Geographic no tiene precio, no tiene posibilidad de ser olvidado…. hoy, dos meses después, lo recuerdo, y todavía se me pone la piel de gallina y se me humedecen los ojos…. Pocos son los que pueden decir que en su vida han pisado la Antártida. Nadie jamás, olvidará que ha visitado este lugar increíble.

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