Estos días he tenido la suerte de poder pasar unas merecidas vacaciones en Marrakech junto a la familia y amigos. Hacía años que no tenía la oportunidad de viajar a la ciudad más emblemática de Marruecos y la verdad es que ha sido una maravillosa sorpresa.
El primer día hicimos un city tour por el casco antiguo de la ciudad, visitando los principales palacios, la mezquita y la coutubia, siempre interesante y culturalmente vital para entender la historia del país. Tuvimos la suerte de pasear por los animados y coloristas zocos de la ciudad, donde hoy en día los típicos puestos turísticos conviven con espectaculares tiendas de diseño. A su vez, los puestos de especias y frutos secos le dan un sabor especialmente árabe.
La plaza Jemaa el Fna es el mejor espejo de la vida del país. Bulliciosa, animada, colorista, activa las 24 horas, con restaurantes de comida típica más destinados a los locales que al turismo, con encantadores de serpientes, con contadores de historias, y con aguadores que hacen que sea un lugar que te atrae te hace regresar una y mil veces.
Los otros días nos dedicamos a descubrir los alrededores un poco más y divertirnos lo máximo posible. Quisimos huir de las rutas turísticas y aprovechando que Marrakech es la ciudad de entrada a la cordillera del Atlas, nos adentramos en ella para conocer sus pueblos bereberes y los increíbles paisajes. A tan solo una hora en coche, ya habíamos realizado un viaje en el tiempo. Nos encontramos en la zona más rural jamás imaginada, con costumbres ancestrales, donde por supuesto internet no llega. Tuvimos la suerte de ser invitados en una casa particular a tomar un té, de jugar con los niños en el campo y de charlar con ancianos que ni tan solo habían ido nunca a Marrakech. Culminamos el gran día con una relajante comida en un encantador hotel de lujo en medio del desierto. Magia pura para un día de desconexión total.
El siguiente día decidimos dedicarlo a la diversión y la aventura. Sobrevolamos en globo el desierto, disfrutando de su inmensidad y poder ver el Atlas desde el aire al salir el sol lo convierte en mágico. Después de un copioso desayuno en una jaima, nos dirigimos al Palmeral a las afueras de la ciudad, nos pusimos al volante de quads para poder adentrarnos por las zonas no urbanizadas ni asfaltadas. Finalmente, regresamos a lomos de un dromedario y culminamos la intensa mañana con un almuerzo en la terraza de un hotel con vistas al Palmeral.
El toque más “chic” lo dejamos para el último día al acercarnos en calesa a los Jardines Majorelle y el Museo de Yves Sant Laurent.
Para darle más sabor, decidimos alojarnos en un riad de lujo en la Medina. A su vez, descubrimos fabulosos restaurantes de comida marroquí e internacional dignos de cualquier gran capital.
Sin duda, he de decir que Marrakech es hoy en día un gran destino a tener en cuenta tanto para unas merecidas vacaciones como para un fin de semana romántico, un viaje en familia o una escapada con amigos.